Un hombre estaba enfermo desde hacía doce años; ya no podía caminar y hablaba con dificultad. Su esposa lo cuidaba con amor y abnegación. Ambos eran creyentes y habían puesto toda su confianza en Jesucristo, el Hijo de Dios.
Una enfermera venía todos los días para ocuparse de él. Era una persona agradable; su venida era esperada y apreciada. Por eso dicha pareja se entristeció mucho cuando supo que la mujer había enfermado y no podía más atenderlos. Su sorpresa fue grande dado que la enfermera parecía gozar de buena salud.

La esposa decidió ir a visitarla al hospital, en donde se enteró de que tenía una grave enfermedad, de la cual parecía que no podría reponerse. Y mayor fue su asombro cuando oyó el testimonio vivo de su fe: «Soy feliz y no lamento nada. Al verlos a ustedes cada día juntos, tan tranquilos y consolados en compañía del Señor Jesús, quise conocer su secreto. Por eso conseguí una Biblia, de la cual, por lo visto, ustedes sacaban su fe. Ahora tengo al Señor Jesús como mi Salvador. El testimonio de su vida me llevó a él».

Nuestra amiga, conmovida pero feliz, volvió junto a su marido y ambos dieron gracias al Señor por lo que había hecho.Cristianos, tratemos de que nuestra fe sea conocida por los que nos rodean.

amen-amen.com
Enviado por: Ana Rodriguez

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