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Devocionales Nuevos
Un ladrón puso a Jesús manos arriba y mira lo que le sacó.
(Lucas 23:33-42).
Así es como lo cuenta la Biblia, que un ladrón puso a Jesús manos arriba y le sacó un valiosísimo tesoro. El hecho se registró en Jerusalén hace más de dos mil años y fue de conocimiento de las autoridades policiales de la época. La investigación de los cronistas judiciales Mateo, Marcos, Lucas y Juan, registran que la víctima, Jesucristo, fue llevado a un lugar llamado “La Calavera”, donde fue crucificado junto con dos ladrones en medio de las burlas del pueblo, los soldados, la alta jerarquía eclesiástica y reconocidos líderes religiosos y teólogos que en su vasta formación académica no pudieron reconocer que ese Jesús que estaba allí era el Mesías, el mismísimo Dios, sólo que en forma humana. Uno de los ladrones también hacía mofa de Jesús, desafiándole a que se bajara de la cruz y les ayudara a fugarse, si es que realmente era Dios. Pero el otro malhechor, que estaba al otro lado de Jesús, le reprendió y le hizo ver que era el colmo que ni siquiera estando a la puerta de la muerte tuviera reverencia ante Dios. Le señaló que ellos al fin y al cabo estaban allí por culpa de sus delitos, pero que Jesús, siendo inocente, estaba padeciendo injustamente. Luego miró a Jesús y le dijo que se acordara de él cuando estuviera en su reino. Y en ese instante el Señor le dijo que ese mismo día estarían los dos en el Paraíso.
Esa fue la mejor jugada que ese criminal hizo en toda su existencia. Sí, los familiares, vecinos y autoridades hubieran podido alegar que esa escoria social había sido un mal marido, mal padre, mal hijo, ladrón, estafador, homicida y mucho más, pero nadie le podía quitar lo que le había sacado a Jesús en ese momento, el tesoro más valioso para un ser humano: la salvación del alma. ¿Y cómo lo logró? Haciendo tres cosas: La primera, reconociendo que era un pecador. La segunda, creyendo que Jesús era Dios y lo podía salvar. Y la tercera, arrepintiéndose y pidiéndole que lo salvara. Pero era necesario hacer las tres cosas juntas, pues no es suficiente el reconocer que estamos enfermos, y hasta tener la medicina, sino que debemos tomárnosla. Y Jesús estaba en ese lugar, con las manos arriba, por ese ladrón arrepentido, y por el no arrepentido también, al igual que por nosotros, sólo que el uno sí se tomó la medicina y se salvó, y el otro no. ¿Te tomarías tú la medicina? Jesús te está esperando. ¡Ora a Él, ahora mismo!
Por Donzzeti Barrios
Enviado por Nilda















