¡FELIZ NAVIDAD!

“Hoy les ha nacido en la ciudad de David un Salvador, que es Cristo el Señor” (Lucas 2:11)

¿A dónde debiéramos recurrir para celebrar de manera adecuada la Navidad? ¿Dónde se observa más certeramente el espíritu de la Navidad? ¿En las iglesias? Son el lógico y principal lugar. La realidad es que aun en ellas no necesariamente siempre es así. Sin embargo, debiera ser allí. A veces, la mención y celebración de la Navidad es tan fugaz y superficial en las iglesias, que si sólo asistiéramos a las mismas para celebrarla, la Navidad casi pasaría desapercibida para nosotros; al menos la verdadera Navidad. Parece como que no tenemos mucha energía o entusiasmo espiritual para celebrarla.

¿Entonces? ¿A qué otro sitio podemos acudir para darnos cuenta que estamos en Navidad? ¡Indudablemente que a los negocios! Allí, pasando Halloween, que dicho sea de paso ha empezado a competir con la Navidad, ésta se anuncia con todo tipo de oropeles, luces, colores, arbolitos, tentadores regalos que no son más que cajas vacías envueltas en papeles brillosos, música, trineos, Santa Claus y blancos algodones simulando copos de nieve. Se crea una intensa atmósfera de fantasía para provocar una psicología compulsiva de compra: comprar alimentos para un banquete y adquirir regalos y más regalos. La orden del día es una promesa implícita: cuanto más regalos y cuanto más caros, más felices serán los “días de fiesta” que hasta hace poco, sin ningún resabio, le llamábamos Navidad. La prensa, radio y televisión se suman a esta algarabía engañosa. Es engañosa porque promete una felicidad que no sólo resulta ser falsa, sino hasta problemática pues luego nos muerde despiadadamente con los dientes de las deudas y de sus crueles intereses. Esa Navidad resulta siendo una distorsión total de su verdadero significado. La Navidad se ha vuelto el negocio redondo de América, con agregados cada año que la despojan más y más de su genuina razón de ser y casi hasta de su nombre.

Hoy, hasta los programas que buscan devolverle su correcto significado, para ser un éxito tienen que venir envueltos en producciones que en lo posible pongan en la plataforma a centenares de artistas, técnicos de efectos y sonido, telones y artes visuales, que cuestan miles y miles de dólares. Los programas que no disponen de tal despliegue de oropel y espectáculo, quedan relegados en su mayoría al anonimato. Parece que nuestras celebraciones superan la primera Navidad; como que la hubiéramos mejorado. No obstante, no se entienda todo esto como una defensa de la improvisación y la mediocridad. Todo lo contrario.

El problema no está en captar e intentar transmitir la gloria de aquella primera Navidad, sino en reducirla a una gratificación personal o a un espectáculo teatral para el deleite de los espectadores. El problema se da cuando el fin último de la producción es principalmente deleitar los ojos, los oídos y el gusto estético de los asistentes, como muchas de las producciones de Hollywood y Broadway. Los magos y pastores fueron al pesebre para adorar al niño, no para ser halagados y entretenidos. Una correcta celebración apunta a dar gloria a Dios, como lo hicieron los ángeles; a rendirle al enviado del cielo “oro, incienso y mirra”, nuestro ser entero; y a postrados, adorarle con todo el corazón.

No se necesitan riquezas, regalos, ni banquetes para celebrar la Navidad. No sólo que no se necesitan sino que todo eso amenaza con distraernos del objeto real de la Navidad: el nacimiento del niño Jesús. Sin el niño, sin el Salvador y Señor nacido de la virgen, podrá haber muchos gastos, regalos, ruido, música y diversión pero no habrá Navidad. Se necesita al Mesías, al enviado de Dios, al Señor y Salvador del mundo. Sin Él no hay verdadera Navidad. Así es.

Lo que hoy necesitamos, lo que América necesita, es darle lugar al Don del Cielo; abrir “la posada” para que Cristo nazca. América debe deponer su arrogancia e indiferencia. Debe descubrir y dejar de contemporizar con los Herodes de nuestro tiempo. Necesita un corazón contrito y humillado para andar con Dios. Para América en esta Navidad es la promesa: “Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra” (2 Crónicas 7:14). Si se dieran esas condiciones en nuestra tierra, estaríamos celebrando la verdadera Navidad.

América y selectivamente el pueblo latino de esta nación necesita una hueste de ángeles, de mensajeros, que en la noche por la que atraviesan, irrumpan en un pregón jubiloso anunciando al mundo: “Buenas noticias que serán motivo de mucha alegría para todo el pueblo. Hoy les ha nacido en la ciudad… un Salvador, que es Cristo el Señor… ¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los que gozan de su buena voluntad!” (Lucas 2:10, 11 y 14).

Para que haya una verdadera Navidad, el mundo necesita de “sabios del Oriente y del Occidente, del Este y del Oeste”, que junto con “pastores”, sin demora, acudan al trono de la gracia de Dios y en espíritu y en verdad, como en la primera Navidad, con gran alegría lo adoren y regresen glorificando y alabando a Dios.

¡Navidad! Fiesta de alegría y felicidad, de dulces melodías, porque tenemos un Señor y Salvador que bajó de los cielos para estar con nosotros y siendo uno de nosotros consumó en la cruz la obra de redención. El centro de la Navidad tiene que volver a ser el niño Jesús; tiene que volver a ser el gozo celestial debido a que Dios dispuso visitarnos en la persona de su Hijo. La Navidad debe volver a ser el reconocimiento del despojamiento divino, o sea, del amor de Dios para con nosotros; debe ser la proclamación de la salvación en Cristo de todo aquel que cree; debe ser la adoración, o sea, el reconocimiento del absoluto señorío de Cristo.

La Navidad, la verdadera Navidad, es un tiempo de alegría, de adoración, de gratitud y de fiesta espiritual por la maravilla que sucedió hace unos dos mil años en la pequeña aldea de Belén: el nacimiento del Salvador, Cristo el Señor. ¡Feliz Navidad!

Por: Pastor Eduardo Font

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