El arpa de David

 

Y cuando el espíritu malo de parte de Dios venía sobre Saúl,  David tomaba el arpa y tocaba con su mano;  y Saúl tenía alivio y estaba mejor,  y el espíritu malo se apartaba de él.
(1 Samuel 16:23 RV60)
Muchos ven en este capítulo de las Escrituras a un rey Saúl con síntomas de maníaco-depresivo. Rendle Short dice que “El rey Saúl hoy sería diagnosticado como un ejemplo típico de demencia: maniático depresivo. Los períodos de melancolía intensiva con explosiones ocasionales de violencia asesina sin razón alguna en particular, el delirio de que los demás conspiraban contra él …son inconfundibles.”
Hay quienes encuentran en el rey Saúl a un hombre que se apartó de Dios y como tal se hizo a sí mismo, blanco fácil de espíritus malignos que lo atormentaban. Si él y nadie más que él tomó la decisión de apartarse de su Dios, no es de extrañarse, entonces que Dios mismo permitiera a ese espíritu malo inquietar a Saúl.
La música de David, era una especie de sedante que calmaba el espíritu atormentado de un hombre apartado de Dios. “No es que la música tenga un poder directo contra el diablo, pero sirve, muchas veces, para cerrar las puertas por las que el diablo tiene acceso a la mente humana” dice al respecto Matthew Henry.
En honor a la verdad, no puedo menos que sentirme identificado con ambos protagonistas de esta historia: por una parte con el atormentado Saúl. Por la otra, con el dulce espíritu del joven David.
No soy rey, pero como a Saúl muchas veces siento que “la situación me queda grande” y me atormenta tan sólo la posibilidad de “no estar a la altura del puesto”. Hace poco, conversaba con el pastor Carlos V. de un pariente que conoció a Jesús como su Salvador y apartado de El, no vivió para contarlo. Tal fue el rechazo que en menos de un año Dios los llamó a su presencia a él y a su esposa. Partieron de este mundo en miseria y en soledad. “Pastor, no quiero que esto me pase a mí” le dije angustiado. “No será así, Luis. Se nota, se ve, se evidencia, quien busca a Dios. De otro modo no estarías aquí conversando conmigo de estas cosas.” Respondió.
Su respuesta fue como el dulce sonido del arpa de David. Bálsamo al espíritu. Ese lunes estaba sin trabajo y mi futuro era más sombras que luces. Después de orar esa mañana, el jueves de esa misma semana, ya había conseguido trabajo. Contra viento y marea, absolutamente contra todo lo humanamente predecible, ya estaba trabajando.
Personalmente, creo que no era el arpa (o el instrumento que haya sido) de David. Era la Unción del Dulce Espíritu de Dios. La misma unción que le permitió derribar más adelante, a un gigante aguerrido y entrenado, tan sólo con una onda de pastorcito.
En Argentina decimos: “cada uno sabe dónde le aprieta el zapato” y significa que todos tenemos un punto en donde nuestra voluntad, donde la autosuficiencia, la capacidad y la inteligencia se quiebran, dicen: ¡Basta!. Que cada uno sabemos muy bien dónde fallamos.
Y es exactamente en este punto donde me siento identificado con David. Donde no queda otra opción que tomar el arpa o la onda de David y salir a combatir al gigante de turno -no importa si físico o espiritual- en el Poder de Dios.

Clama a mí,  y yo te responderé,  y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces.

(Jeremías 33:3 RV60)
Autor: Luis Caccia Guerra
fuente: devocionaldiario.com

Enviado por Mariela



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