Los jovenes del futuro

“Jóvenes, les he escrito porque son fuertes, y la Palabra de Dios permanece en ustedes y ustedes han vencido al Maligno” (1Jn 2,14b).

Estas palabras del anciano apóstol Juan son gratificantes y estimulantes para los jóvenes. También son muy estimulantes para nuestro mundo actual, tan poblado de jóvenes. Porque si el mundo está lleno de jóvenes quiere decir que tiene fuerza, que es capaz de vivir la palabra de Dios y que puede vencer al Maligno.
Se suele decir que “los jóvenes son el futuro”, esta frase manifiesta esperanza pero también esconde una desconfianza respecto al presente de la juventud. No así las palabras del apóstol, que hace referencia a una fuerza, a una capacidad de vivir la Palabra de Dios y a la victoria sobre el Maligno, totalmente actuales en los jóvenes. Los jóvenes tienen perspectivas de futuro, pero están imbuidos de mucha vitalidad presente. Vitalidad para el encuentro con los demás, vitalidad para abrazar un ideal y arriesgar la vida por él, vitalidad para seguir a Jesucristo, vitalidad para la misión, vitalidad para luchar por la justicia y la paz.
Es de destacar que en el grupo de los doce apóstoles, que constituye Jesús para fundar la Iglesia, son todos jóvenes. Una evidencia de esto es la petición que presenta a Jesús la madre de Santiago y Juan: “Manda que mis dos hijos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda”. (Mt 20, 21b). Esta madre está preocupada por el futuro de sus hijos y, de alguna manera, los quiere ‘acomodar’ pero sin haber entendido la lógica de la cruz, que debe vivir todo discípulo de Jesucristo para recibir el premio de la eternidad. Sin embargo los dos jóvenes se manifiestan totalmente disponibles y decididos a “beber del mismo cáliz que habría de beber Jesús” (Cf. Mt 20,22), es decir a compartir su sacrificio. Jesús les recrimina su inconciencia, “no saben lo que piden”, lo cual no sería óbice para que aquellos dos jóvenes lo siguieran hasta las últimas consecuencias.
Aún son frescas en nuestra memoria las imágenes de la gran fiesta de la Jornada Mundial de la Juventud, celebrada en Sydney, un pequeño triunfo del amor y de la paz. Miles de jóvenes, provenientes de los cuatro puntos cardinales, encontrados en un gran abrazo eclesial y multicultural, escuchando la Palabra de Dios predicada por el papa Benedicto XVI, celebrando la alegría de ser cristianos y bailando como el rey David. Esos jóvenes regresaron a sus tierras, a sus hogares, con sus corazones plenos de la Buena Semilla. 
 ¡Que Dios bendiga la siembra y haga abundante la cosecha!

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