Mucho antes de contraer matrimonio, ya
yo sabía de la importancia de leer las señales de la esposa. Sabio es
el hombre que aprende el lenguaje no verbal de su esposa, que discierne
las señales y sabe interpretar los gestos. No es simplemente lo que se
dice, sino cómo se dice. No es solo cómo, sino cuándo. No es solo
cuándo, sino dónde. El buen marido es aquel que sabe descifrar. Hay que
leer las señales.
Creía que aquel fin de semana en Miami yo
estaba haciendo un buen trabajo. Llevábamos solo unos meses de casados y
tendríamos visitas en nuestro departamento. Yo había invitado a un
predicador para el domingo, esperando que viniera y estuviera con
nosotros desde el sábado por la noche. Riesgosa decisión la mía ya que
el hombre no era un aprendiz recién salido del aula sino que era un
antiguo y distinguido profesor. Y no cualquier profesor, sino un
especialista en relaciones familiares. ¡Qué tal! Nuestra nueva familia
iba a tener de invitado a un especialista en familia!
Cuando Denalyn
lo supo, me mandó una señal. Una señal verbal: «Será mejor que limpiemos
la casa». El viernes por la noche, me mandó otra señal, esta vez no
verbal. Se puso sobre sus rodillas y empezó a restregar el piso de la
cocina. Yo, por dicha, uní las dos señales, agarré el mensaje y me
dispuse a cooperar.
Pensé: «¿Qué puedo hacer?» Uno nunca debe
inclinarse por los trabajos demasiado sencillos, así es que pasé por
sobre el polvo y la aspiradora buscando algo más importante que hacer.
Después de una detenida inspección, se me ocurrió lo que parecía
perfecto. Pondría fotografías en un álbum de pared. Uno de nuestros
regalos de boda había sido un álbum de este tipo. Todavía no lo habíamos
desempacado, ni aun lo habíamos llenado. Pero todo eso cambiaría
aquella noche.
De modo que me puse a trabajar. Con Denalyn
restregando el piso detrás de mí y a mi lado una cama sin arreglar,
volqué en frente mío una caja de zapatos llena de fotos y empecé a
ponerlas en el álbum. (No sé en qué estaba pensando, supongo que decirle
a la visita: «Oiga, vaya a la lavandería y fíjese en la colección de
fotos que tenemos en la pared».)
Había perdido el mensaje. Cuando
Denalyn, con un frío en su voz capaz de congelar a cualquiera me
preguntó qué estaba haciendo, seguí sin captar el mensaje. «Poniendo
fotos en un álbum de pared», le contesté, plenamente satisfecho. Por la
siguiente media hora, Denalyn se mantuvo en silencio. ¿Y yo? De lo más
tranquilo. Supuse que estaría orando, dando gracias a Dios por el marido
tan maravilloso que le había dado. O que quizás estaría pensando:
«Ojalá que después que termine con las fotos, empiece con el álbum de
recortes».
Pero ella no estaba pensando eso. El primer indicio de que
algo no estaba saliendo bien lo tuve cuando finalmente, después de
haber limpiado ella sola todo el departamento, me dijo, a modo de
despedida: «Me voy a la cama. Estoy furiosa. Mañana por la mañana te voy
a decir por qué».
¡Uyuyuy!
A veces dejamos de ver las se ñales.
(Aun ahora, es posible que un varón de corazón bondadoso y despistado se
esté preguntando: «¿Por qué se habrá puesto furiosa la señora?» Vas a
aprender, mi amigo, vas a aprender.)
El que enmarca nuestro destino
está acostumbrado a nuestra estupidez. Dios sabe que a veces no vemos
las señales. Quizás por eso nos ha dado tantas. El arco iris después del
diluvio se refiere al pacto de Dios. La circuncisión identifica a los
elegidos de Dios y las estrellas hacen referencia al tamaño de su
familia. Aun hoy día, vemos señales en la iglesia del Nuevo Testamento.
La Santa Cena es una señal de su muerte, y el bautismo es una señal de
nuestro nacimiento espiritual. Cada una de estas señales simboliza una
tremenda verdad espiritual.
Sin embargo, la señal más patética la
encontramos sobre la cruz. Un anuncio en tres idiomas, escrito a mano,
ejecutado por orden del Imperio Romano.
Pilato escribió un letrero y
lo puso sobre la cruz. En él se leía: Jesús de Nazaret, rey de los
judíos. El letrero fue escrito en hebreo, en latín y en griego. Mucha de
la gente lo leyó, porque el lugar donde Jesús fue crucificado estaba
cerca de la ciudad. Los principales sacerdotes dijeron a Pilato: «No
escribas, “El rey de los judíos”, sino escribe: “Este hombre dijo: ‘Yo
soy el rey de los judíos’ ”».
Pilato les respondió: «Lo que he escrito, he escrito» ( Juan 19.19–22 ).
¿Por
qué un letrero sobre la cabeza de Jesús? ¿Por qué esas palabras
perturbaban a los judíos y por qué Pilato rehusó cambiarlas? ¿Por qué el
letrero escrito en tres idiomas y por qué el letrero aparece mencionado
en los cuatro Evangelios?
De todas las posibles respuestas a estas
preguntas, vamos a concentrarnos en una. ¿Será que este pedazo de madera
es un cuadro de la devoción de Dios? ¿Un símbolo de su pasión para
decirle al mundo acerca de su Hijo? ¿Un recordatorio que Dios hará lo
que sea para compartir contigo el mensaje de este anuncio? Para mí que
el letrero revela dos verdades sobre el deseo de Dios de alcanzar al
mundo.
No hay persona que Él no use
Nota que el letrero da frutos
de inmediato. ¿Recuerdas la reacción del criminal? Poco antes de su
propia muerte, en un torbellino de dolor, dijo: «Jesús, acuérdate de mí
cuando vengas en tu reino» ( Lucas 23.42 ).
Qué interesante la
selección de palabras. Él no dice: «Sálvame». No ruega: «Ten
misericordia de mi alma». Su apelación es la de un siervo a un rey. ¿Por
qué? ¿Por qué se refiere al reino de Jesús? Quizás había oído hablar a
Jesús. Quizás estaba al tanto de las afirmaciones que hacía Jesús de sí
mismo. O, más probablemente, quizás había leído el letrero: «Jesús de
Nazaret, rey de los judíos».
Lucas parece hacer la conexión entre el
lector del letrero y el que hace la petición. En un versículo, escribe:
«En la parte alta de la cruz se escribieron estas palabras: Este es el
rey de los judíos» ( Lucas 23.38 ). Cuatro breves versículos más
adelante leemos la petición del ladrón: «Jesús, acuérdate de mí cuando
vengas en tu reino».
El ladrón sabe que está metido en un ambiente
real. Vuelve la cabeza y lee una proclamación real y pide ayuda real.
Así de sencillo. De haber sido así, el letrero fue el primer recurso
usado para proclamar el mensaje de la cruz. Incontables otros han
seguido, desde la página impresa a la radio, a las cruzadas
multitudinarias, al libro que tienes en tus manos. Todo esto fue
precedido por un rústico anuncio en un pedazo de madera. Y gracias a ese
letrero, un alma se salvó. Todo porque alguien colocó un letrero sobre
una cruz.
Yo no sé si los ángeles entrevistan a los que van a entrar
en el cielo, pero si lo hacen, la entrevista a este debió de haber sido
muy divertida. Imagínate al ladrón arribando al Centro de Procesamiento
de las Puertas de Perlas.
Ángel:
Tome asiento. Ahora, dígame… señor… hum… ladrón, ¿cómo llegó a ser salvo?
Ladrón:
Solo le pedí a Jesús que se acordara de mí en su reino. La verdad es que no esperaba que todo ocurriera tan rápido.
Ángel:
Ya veo. ¿Y cómo supo que era un rey?
Ladrón:
Había un letrero sobre su cabeza: «Jesús de Nazaret, rey de los judíos». Yo creí en lo que decía el letrero y… aquí estoy.
Ángel:
(Tomando nota en una libreta) Creyó… un… letrero.
Ladrón:
Exactamente. El letrero lo puso allí alguien de nombre Juan.
Ángel:
No lo creo.
Ladrón:
Hmmm. Quizás fue el otro seguidor, Pedro.
Ángel:
No. Tampoco fue Pedro.
Ladrón:
¿Entonces cuál de los apóstoles lo puso?
Ángel:
Bueno, si en verdad quiere saberlo, el letrero fue idea de Pilato.
Ladrón:
¡No me diga! ¿Pilato, eh?
Ángel:
No
se sorprenda. Dios usó un arbusto para llamar a Moisés y a un burro
para condenar a un profeta. Para lograr la atención de Jonás, Dios usó
un gran pez. No hay nadie a quien Él no quiera usar. Bueno, lleve esto a
la próxima ventanilla. (El ladrón empieza a salir) Solo siga las
señales.
Pilato no tenía ningún interés en difundir el evangelio.
De hecho, el letrero decía en otras palabras: «Esto es lo que llega a
ser un rey judío; esto es lo que los romanos hacen con él. El rey de
esta nación es un esclavo; un criminal crucificado; y si esto es el
rey,¡cómo será la nación de la cual es rey!»Pilato había puesto el
letrero para amenazar y mofarse de los judíos. Pero Dios tenía otro
propósito… Pilato fue el instrumento de Dios para esparcir el evangelio.
Sin saberlo, fue el amanuense del cielo. Tomó el dictado de Dios y lo
escribió en el letrero. Y ese letrero cambió el destino de alguien que
lo leyó.
No hay nadie a quien Dios no quiera usar.
C.S. Lewis
puede decírtelo. No podemos imaginarnos al siglo veinte sin C.S. Lewis.
El profesor de Oxford conoció a Cristo en sus años de adulto y su pluma
ha ayudado a millones a hacer lo mismo. Resultaría difícil encontrar a
un escritor con un llamamiento tan amplio y una perspicacia espiritual
tan profunda.
Y sería difícil encontrar a un evangelista más peculiar que aquel que guió a Lewis a Cristo.
No
era esa su intención porque él mismo no era un creyente. Su nombre fue
T.D. Weldon. Como Lewis, era agnóstico. Según uno de sus biógrafos, «se
mofaba de todos los credos y de casi todas las afirmaciones positivas».
Era un intelectual, un incrédulo cínico. Pero un día, hizo un comentario
que cambió la vida de Lewis. Había venido estudiando una defensa
teológica de los Evangelios. «¡Qué cosa más extraña», comentó, como solo
un inglés podría hacerlo, «esa barbaridad de que Dios ha muerto. Tal
parece como si realmente hubiera muerto!». Lewis casi no podía creer lo
que había oído. Al principio, pensó que Weldon estaría bajo los efectos
del alcohol. La afirmación, aunque inopinada e inpensada, fue suficiente
para que Lewis considerara que quizás Jesús realmente era el que decía
ser.
Un ladrón es guiado a Cristo por alguien que rechazó a Cristo. Un erudito es guiado a Cristo por alguien que no creía en Cristo.
No hay persona a quien Él no use. Y,
No hay idioma en el que Dios no hable.
Cada
transeúnte podía leer el letrero, porque cada transeúnte podía leer
hebreo, latín o griego, los tres grandes idiomas del mundo antiguo.
«Hebreo era la lengua de Israel, la lengua de la religión; latín era la
lengua de los romanos, la lengua de la ley y del gobierno; y el griego
era la lengua de Grecia, la lengua de la cultura. En todas ellas, Cristo
fue declarado rey». Dios tenía un mensaje para cada uno: «Cristo es
rey». El mensaje era el mismo, pero el idioma era diferente. Ya que
Jesús era el rey de todas las naciones, el mensaje sería en los idiomas
de todos los pueblos.
No hay lenguaje en el que Él no hable. Lo cual
nos lleva a una pregunta encantadora. ¿En qué lenguaje te está hablando a
ti? No me estoy refiriendo a un idioma o dialecto, sino al drama diario
de tu vida. Dios habla, tú lo sabes bien. Él nos habla en cualquier
lenguaje que nosotros entendamos.
Hay ocasiones en que habla en el
«lenguaje de la abundancia». ¿Está tu estómago lleno? ¿Has pagado todas
tus cuentas? ¿Te queda algo en la billetera? No seas tan orgulloso de lo
que tienes que dejes de oír lo que debes de oír. ¿Será que tienes mucho
como para dar también mucho? «Dios puede darte más bendiciones de las
que necesitas. En tal caso, tendrás abundancia de todo, suficiente como
para dar a cada obra buena» ( 2 Corintios 9.8 ).
¿Está Dios
hablándote con el «lenguaje de la abundancia»? O estás escuchando el
«vernáculo de la necesidad»? Nos gustaría que nos hablara en el idioma
de la abundancia, pero no siempre es así.
¿Me dejas contarte de una
vez cuando Dios me dio un mensaje usando la gramática de la necesidad?
El nacimiento de nuestro primer hijo coincidió con la cancelación de
nuestro seguro de salud. Aun ahora no me explico cómo sucedió. Tuvo que
ver con la compañía que tenía sus oficinas en los Estados Unidos y Jenna
estaba naciendo en Brasil. Denalyn y yo estábamos locos de alegría con
una niña de ocho libras y abrumados con una cuenta de dos mil quinientos
dólares en el hospital.
Pagamos la cuenta usando los fondos que
habíamos ahorrado. Agradecido de haber podido pagar la deuda, me sentía
de todos modos molesto por el problema del seguro, así es que me
pregunté: «¿Estará Dios tratando de decirnos algo?»
Unas pocas semanas más tarde llegó la respuesta.
Había
hablado en un retiro de una iglesia, pequeña aunque feliz, de la
Florida. Un miembro de la congregación me pasó un sobre, diciéndome:
«Esto es para su familia». Regalos así no eran cosa extraña. Estábamos
acostumbrados a ello y agradecidos por estas donaciones no solicitadas,
las que generalmente eran de cincuenta o cien dólares. Esperaba que en
esta ocasión la suma sería parecida. Pero cuando abrí el sobre, el
cheque era por (adivinaste) dos mil quinientos dólares.
Dios me habló
a través del lenguaje de la necesidad. Fue como si me hubiera dicho:
«Max: Yo estoy involucrado en tu vida. Yo te cuidaré».
¿Estás tú
oyendo el «lenguaje de la necesidad»? ¿Y qué me dices del «lenguaje de
la aflicción»? Este es un lenguaje que evitamos. Pero tanto tú como yo
sabemos cuán claramente habla Dios en los pasillos de los hospitales y
en las camas de los enfermos. Sabemos lo que David quiere decir cuando
afirma: «Me hace descansar» ( Salmo 23.2 ). Nada mejor que un cuerpo
débil para prestar oídos al cielo.
Dios habla todas las lenguas,
incluyendo la tuya. ¿No ha dicho él: «Te enseñaré el camino en que debes
de andar»? ( Salmos 32.8 ) ¿No nos apresuramos a «recibir instrucción
de su boca» ( Job 22.22 )? ¿En qué idioma te está hablando Dios?
¿No
te alegras cuando Él habla? ¿No te llena de emoción que le intereses
tanto que te hable? ¿No es bueno saber que «el Señor dice sus secretos a
todos los que lo respetan» ( Salmos 25.14 )?
Mi tío Carl se sentía
agradecido cuando alguien le hablaba. Un caso de sarampión lo dejó
imposibilitado de oír o hablar. Cerca de todos sus más de sesenta años
los vivió en un silencio sepulcral. Pocas personas hablaban su lenguaje.
Mi padre era uno de esos pocos. Siendo su hermano mayor, quiso protegerlo.
Después
que su padre murió, se esperaba que mi padre se hiciera cargo de la
situación. Cualquiera que haya sido la razón, el caso es que mi padre
aprendió el lenguaje por señas. Mi papá no era un estudiante muy
aventajado. Nunca terminó la secundaria. Nunca fue a la universidad.
Nunca vio la necesidad de aprender español ni francés. Pero sí se dio el
tiempo para aprender el lenguaje de su hermano.
Bastaba con que mi
papá entrara al cuarto para que el rostro de Carl se iluminara. Buscaban
un rincón, y echaban a volar las manos. Así podían pasar largos ratos. Y
aunque nunca oí a Carl decir gracias (no podía hacerlo), su amplia
sonrisa no dejaba dudas de lo agradecido que estaba. Mi papá había
aprendido su lenguaje.
También tu padre ha aprendido a hablar tu
lenguaje. «Te ha sido dado el conocer los misterios del reino de los
cielos» ( Mateo 13.11 ). ¿No sería adecuado pensar una palabra de
gratitud a Él? Y mientras estás en eso, pregúntale si acaso habrás
perdido alguna señal que te haya mandado.
Una cosa es perder una
señal de tu esposa sobre limpiar el cuarto, pero otra muy distinta es
perder una señal de Dios que tiene que ver con el destino de tu vida.
Escribió Pilato un letrero y lo puso en la cruz. Decía:
Jesús de Nazaret, el rey de los judíos.
Juan 19.19
De modo que la fe viene por lo que se oye, y lo que se oye viene a través de la palabra de Cristo.
Romanos 10.17
Estoy
seguro que cuando suba al púlpito para predicar o me pare ante el atril
para leer, no es mi palabra, sino que mi lengua es el lápiz de un
escritor dispuesto.
Martin Lutero
TE HABLARE EN TU MISMO IDOMA
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