(Josué 2: 1-24)
Una de las cosas en la historia de Rajab, la
prostituta, que las mujeres de hoy deben recordar, es que la oscuridad
del corazón humano no disuade a Dios. El corazón de Rajab estuvo oscuro
hasta que comenzó a creer la historia que oyó acerca del Dios de Abraham
e Isaac. Esa pequeña medida de fe es suficiente para iluminar el
corazón humano. Dios lo sabe y actúa según esas circunstancias. Por lo
general, lo olvidamos, y en nuestro olvido limitamos a Dios. El corazón
humano (cada corazón humano) está en oscuridad hasta que haya fe en
Dios.
La mayoría de las personas hubiera pasado por alto a Rajab, con un bufido de condenación o, por lo menos, un mezquino desdén.
Después
de todo, era una mujer de mala reputación, una prostituta. Lo que es
chocante no es la oscuridad del corazón de Rajab antes de que creyera en
Dios; lo sorprendente aquí es que nos olvidamos de la oscuridad del
corazón humano y la determinación de Dios. Él no vino a condenar y ni
siquiera a mostrar un mezquino desdén hacia cualquier ser humano. Vino a
Salvar, como salvó a Rajab y su familia. Como nos salva a nosotros.
Dios
no espera que seamos perfectas ni que solo tengamos pensamientos y
motivos altos y puros antes de usarnos. ¡No hay ser humano que esté
completamente listo para ser instrumento de Dios! Es una suprema
arrogancia espiritual pensar que pueda ser así. Él únicamente espera una
señal de fe, que era tan evidente en esta mujer Rajab y entonces
comienza a ejercer su poder redentor. Tal vez la motivación de ella era
un poco egoísta. Obviamente quería salvar su pellejo y el de su familia.
Pero tenía fe. Reconoció la identidad del Dios de Israel y confesó su
poder, y Dios estuvo dispuesto a seguir adelante, sabiendo que mas tarde
podía tratar a Rajab sobre aquello que la motivaba.
Dios, que
siempre se está acercando a nosotras, obrando con nosotras allí donde
estamos y de la forma en que estemos, confía en su propio poder para
transformarnos de día en día a su imagen.
Eugenia Price (Estados Unidos)