Las mujeres más hermosas del mundo no son las que desfilan en trajes
de baño y vestidos de noche delante de jueces y cámaras de televisiòn.
Las verdaderas finalistas y las ganadoras son aquellas que tienen el
brillo interno de la gracia y el perdòn.
No hay belleza
física que se pueda comparar con la dignidad espiritual o el atractivo
de una mujer llena de paz, es una persona serena porque su confianza y
su seguridad están en la paz que reflejan, es una persona con dignidad
porque su valor y sentido se hallan en algo más que lo superficial.
Esa
mujer, reflejará una clase de belleza interior que hace mucho más que
llamar la atención a si misma, es una belleza que es mucho más
importante que cuaquier cosa trivial.
La verdadera
belleza de la mujer no es corruptible, porque no depende de lo físico,
si no que es la belleza de una forma de ser que reune la quietud, la
humildad, la ternura y la serenidad.
Las mujeres del
mundo son alabadas por su belleza física, por su vivacidad y por su
audacia, pero las mujeres de Dios tienen un molde distinto, la belleza
física de una mujer es temporal, y su deterioro le producirà amargura,
en cambio, el adorno de un espíritu manso, dulce y sereno, no es una
moneda perecible, no se gastarà por el uso, ni está sujeta a los valores
del mercado, no deja marcas en el alma ni heridas en quienes la rodean.
Esta es la verdadera belleza, la belleza que es de grande estima delante de Dios.
Autor: Nancy Nangel
Vuestro
atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de
vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible
ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante
de Dios. Porque así también se ataviaban en otro tiempo aquellas santas
mujeres que esperaban en Dios, estando sujetas a sus maridos; 1 Pedro
3:3-5
Enviado por Nilda Ortiz