Un
niño humano adoptado recibe un nuevo nombre. Toma el nombre de sus
nuevos padres y también toma todos los privilegios y potencial de su
familia nueva. Este también es el caso para nosotros en Cristo (1 Pedro
2:10).
En el primer capítulo del evangelio de Juan, éste recalca el
hecho de que no somos hijos en la familia de Dios por ningún derecho o
poder que tenemos a nivel humano. Nacemos naturalmente fuera de la
familia y vida de Dios. "Mas a todos los que le recibieron, a los que
creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los
cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de
voluntad de varón, sino de Dios" (Juan 1:12-13).
La Palabra traducida
"potestad" es una palabra griega "exousia" la cual significa "autoridad"
o "poder". Es una palabra de autoridad inalienable. Este derecho o
potestad ha sido ganado para nosotros por medio de la muerte del Señor
Jesús y ha sido dado a cada uno de nosotros por medio de la fe. A través
de ello hemos entrado en todos los derechos y herencias de estar en la
familia de Dios (Gálatas 4:6).
Se describe al Espíritu Santo como "el
Espíritu de adopción", su labor es traer a nuestro corazón la certeza o
realidad de pertenecer a Dios. Es esta certeza la que opera como un
fundamento tan fuerte para nuestra vida cotidiana como cristianos. Tal
fuerza y poder proviene de conocer quién somos y a quién pertenecemos