Hace
ya algún tiempo, una revista de Nueva York, publicó una aleccionadora
estadística relacionada con dos familias americanas, quienes a su vez fueron
contemporáneas. Estos son los reveladores datos:
“Max
Jukes, quien no creía en el cristianismo, se unió en matrimonio con una
joven anticristiana tal como él. Un minucioso estudio de sus 1026
descendientes, arrojó que 300 de ellos murieron muy jóvenes; 100 terminaron en
alguna prisión por diversos delitos; 109 se entregaron a la sensualidad, y 102
se dieron al alcoholismo. Toda la familia le costó al Estado Americano, un
millón cien mil dólares”.
Veamos
el otro caso. “Jonathan Edwards era un buen cristiano consagrado a Dios,
cuando llegó el momento de elegir a la compañera de su vida, buscó a una joven
igualmente cristiana. De su unión hubieron 729 descendientes hasta el día del
mencionado estudio, de los cuales 300 fueron predicadores del evangelio; 65
maestros de escuelas públicas; 13 rectores de universidades; 6 escritores de
importantes libros; 3 parlamentarios, y 1 vicepresidente de la república. Esta
descendencia familiar no le costó ni un solo dólar al Estado Americano, aunque
sí fueron de gran beneficio a su nación y al mundo”.
Al
observar la decadencia moral en la que está sumida la generación actual,
siempre nos viene a la mente la pregunta: ¿Quién o quienes son los responsables
de esta condición? La respuesta siempre es inmediata y a la vez la misma. Los
piscólogos, sociólogos, antropólogos, educadores y por último el común de la
gente también conocen la respuesta. Todo empezó en la primera familia, y
esa realidad no ha cambiado, pues la familia no es tratada como lo que es: una
institución divina, cuyo diseñador y artífice es Dios. Es más, por siglos el
mismo Autor de la familia viene dándonos la respuesta a tan grande dilema.
Cualquier
mortal que no le da el valor y la importancia que amerita la familia,
indefectiblemente terminará por arruinar su propia descendencia y convertirla
en un problema social. Eso es lo que observamos a diario, “familias” que no son
familias; niños, adolescentes y jóvenes que no saben del calor de hogar, porque
no lo tienen o están a punto de perderlo.
Es
de quienes somos padres que depende forjar y labrar el camino hacia una
generación que tenga caracteres de integridad, pureza, bondad, honestidad, y
aquellas otras virtudes casi perdidas en nuestra generación. De seguro que todo
padre o madre actual o potencial, lo menos que desea es que sus hijos sean
absorvidos por una generación carente de valores y de principios morales. Creo
que todos estamos de acuerdo en que el mejor legado para nuestra descendencia
será que se cumpla en ellos la promesa bíblica: “Feliz el hombre que teme
a Dios, y en sus mandamientos se deleita en gran manera. Su DESCENDENCIA será
poderosa en la tierra; la GENERACIÓN de los rectos será bendita. Bienes y
riquezas hay en su casa, y su justicia permanece para siempre” – Salmos
112:1-3.
Por
lo visto, todo comienza en el hogar, y somos los padres los llamados a enseñar,
amonestar, disciplinar y aconsejar a nuestros hijos. Jamás dejemos esa tarea al
gobierno, a los centros educativos, ni siquiera a la iglesia. Somos los padres
los responsables directos de la formación moral y espiritual de nuestros
propios hijos; por una sencilla razón, es en casa donde nuestros hijos pasan
mayor tiempo en relación a otros lugares.
Como
padres, tengamos siempre presente que son los milenarios preceptos de las
Sagradas Escrituras que harán posible que cumplamos una adecuada y eficaz labor
paternal. Nunca olvidemos, ni posterguemos la enseñanza espiritual de nuestros
hijos. Esto es determinante en el proceso de salvaguardar a nuestra
descendencia y en la preservación de la generación actual.
Refiriéndose
a las Escrituras, Michael Faraday dijo: “¿Por qué se descarría la gente cuando
tienen este bendito Libro para guiarles?”. Por ello, y nuevamente recurriendo
al Libro de los libros. finalizo con el gran mandamiento y la promesa de Dios
para los padres: “Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda
tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán
sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en
tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Mañana
cuando te preguntare tu hijo, diciendo: ¿Qué significan los testimonios y
estatutos y decretos que Jehová nuestro Dios os mandó? Entonces dirás a tu
hijo: …nos mandó Jehová que cumplamos todos estos estatutos, y que temanos a
Jehová nuestro Dios, para que nos VAYA BIEN TODOS LOS DÍAS, y nos conserve la
vida, como hasta hoy” – Deuteronomio 6:5-7,20-24.
Fuente:Cristianos
del Peru