“Las aldeas quedaron abandonadas en Israel... hasta que yo, Débora, me levanté, me levanté como madre de Israel.”
Léase: Jueces 4:4; 5:5
Débora
es Ia Juana de Arco de la asombrosa historia de Israel. Israel cayó
repetidas veces en la idolatría. En estos períodos había perdido todo
sentimiento de conciencia nacional y habría renunciado a su prestigio y
honor. Pero tenía también una resistencia y una elasticidad que le
permitía recobrarse como ninguna otra nación. Se recobraba totalmente de
lo que parecía una desintegración espiritual y política. Esta capacidad
de renacer de sus cenizas era un don de Dios. Que Dios tenía destinado
que Israel tenía que restaurarse, se hace evidente de modo perfecto
cuando consideramos la historia de Débora y los días en que vivió.
Casi
todos los llanos de Palestina habían ya sucumbido a la fuerza de los
cananeos. Jabín, el rey de éstos, residía en Hazor y dominaba a Israel
por medio de sus fuerzas armadas. Tenía un potente ejercito,
especialmente temido por sus novecientos carros herrados. En contra de
ellos los esfuerzos de la infantería eran inútiles. En consecuencia la
gente de Israel que poblaba la tierra baja tenía que pagar tributo a
Jabín. Vivían en condiciones de servidumbre. Sólo la gente de las
regiones montañosas habían conservado su libertad, simplemente porque
los carros de guerra de Jabín no se adaptaban al terreno montañoso. Los
que vivían en las regiones de montañas como Efraín, poseían todavía una
cierta organización, y habían resistido heroicamente.
La esposa de
Lapidot, que vivía debajo de una palmera, entre Rama y Betel, en tierra
de Efraín, los había inspirado a esta resistencia. Su nombre era
Débora, y la llamaban «la madre de Israel». Era astuta, denodada y tenía
el don de la profecía y del canto. Les recordaba a sus compatriotas en
las montañas la historia de la liberación de Egipto, el paso por el
Sinaí, y les profetizaba días mejores en el futuro. Como juez,
administraba justicia y les daba consejos. Su reputación era sólida y
les inspiraba confianza. Con la ayuda de Barac organizó un ejercito
pequeño permanente entre el pueblo. Entrenó e inspiró al jefe de este
ejercito, Barac, y le dio instrucciones en la forma en que debía
presentar batalla a Sisara, el general del ejercito de Jabín. Su
capacidad militar era evidente, y lo prueba que Barac requiriera de
Débora que ella le acompañara a la batalla.
Se alistaron diez mil
hombres de Neftalí y Zabulón, y los estacionó en el monte de Tabor.
Débora dirigió destacamentos que se apoderaran de los pasos en las
montañas. Conocía a Jabín y su altivez, y sabía que entraría en el valle
del Kisón, terreno sumamente peligroso entonces para los carros
herrados, por ser la estación de las lluvias.
Todo sucedió como
ella había previsto. Barac estaba esperando en la ladera del Tabor. Los
otros bloqueaban los pasos hacia la región del norte. Barac descendió
del monte con sus hombres. Sisara se hallaba en el valle de Kisón. Dios
envió una tormenta de truenos y relámpagos que desbarató completamente
las filas de Jabín. Las huestes de Barac se lanzaron contra el ejercito
en desorden de Jabín y los carros acabaron arrastrados o atascados en el
turbulento Kisón. La derrota de Sisara fue completa. El mismo pereció
en su huída en manos de una mujer, mientras descansaba agotado en una
tienda.Dios llevó a cabo una gran victoria a través de una mujer. Barac
contribuyó a la misma, pero las alabanzas no recayeron sobre el. Débora
era poderosa porque la movía el Espíritu del Señor. De El recibía su
inspiración y el fuego de su corazón. Su heroísmo se contagió a todos
aquel día. Aún hoy Dios elige a alguna mujer e implanta en ella del
temor de su nombre. La nombra «madre de Israel». De ella irradia
inspiración y despierta a los que duermen, para que la luz de Cristo los
ilumine.