DIOS NO PUEDE CONTESTARTE


"La falta de perdón, obstáculo para la bendición. ¿Por qué muchas veces sentimos que nuestra vida está estancada y que no podemos sentir la plenitud de Dios?"

Betty Freidzon:
Me sentía cada vez más afligida. “Señor, ¿qué pasa que no podemos ver tu mano, que no podemos ver el fruto?” Así oraba todo el tiempo.Hasta ese momento todo lo vivía con gozo. Alababa en medio de la escasez. Sabía que el Señor estaba trabajando en mi vida. Pero repentinamente, al ver el fracaso ministerial, comencé a levantarme sin el gozo del Señor y a vivir la vida de una manera opaca. ¡Nunca me había sucedido! Cuando oraba, parecía que mis oraciones no pasaban el techo de mi dormitorio.


Pero lo que más me dolía no era la falta de éxito ministerial, sino mi propio vacío interior. Mi comunicación con Dios se había desgastado y parecía que ya no tenía nada nuevo que ofrecerle a Dios. A pesar de mi sonrisa y amabilidad con todos, la iglesia se había convertido en una rutina que me estaba destruyendo.

Una tarde ya no daba más. Ese fue el momento oportuno para arrodillarme una vez más y, en clamor y ruego, orar a Dios con todas mis fuerzas. Le dije:
– Señor, ¡ya no doy más! ¡Estoy tocando fondo! No sé qué es lo que pasa conmigo. No tengo amor, estoy asustada. ¡Mi vida no refleja el poder de tu Palabra!

Entonces vino a mí la voz del Espíritu Santo:

– Betty ¿quieres saber por qué te sientes así?

Yo le dije:

– Sí, Señor, todo lo que quiero en este momento es escuchar tu voz. Entonces vino a mí La Palabra del Evangelio, cuando dice: “Y cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguna, para que también vuestro Padre que esta en los cielos os perdona a vosotros vuestras ofensas. Porque si vosotros no perdonáis, tampoco vuestro Padre que está en los cielos os perdonará vuestras ofensas” (Marcos 11:25-26).

Sencillamente Dios me dijo:
– Betty, no puedo contestar tu oración.
Imagínate. Dios era lo único que tenía. Mi única riqueza y la fuente de mi amor y de mi fuerza, y de repente, que mi Padre me diga: “No te puedo escuchar”, ¡fue un shock para mí”! ¡Nunca pensé que Dios me diría algo así!
– Señor, ¿cómo que no vas a escuchar mis oraciones? ¿Por qué?
– Porque hay algo en tu corazón, –me dijo el Señor. Y pude comprender que algo, como una piedra, me estaba estorbando. Sin darme cuenta, en todo ese tiempo algo había herido y dañado mi corazón. Hubo situaciones que empecé a juntar y a guardar en mis emociones, de tal manera que se había formado como una piedra.

El Señor me dijo: – Es necesario que perdones.

Sin darme cuenta, las dificultades, las pruebas, las diferentes situaciones en el ministerio me habían afectado más de lo que podía imaginar.El Señor comenzó a mostrarme, como en una película, personas, situaciones específicas, palabras… momentos en mi vida conyugal en los que habíamos tenido diferencias con mi esposo, y que había guardado en mi corazón, y me habían dañado. Pude ver dentro de mí la tristeza y la angustia. Pero una palabra parecía dominar la escena. Esa palabra, ese pecado, era la amargura.La falta de perdón, que es la amargura, se mete tan adentro de nosotros que a veces no nos damos cuenta.

Esa tarde Dios me habló profundamente sobre el perdón. Trajo a mi mente cada persona por la que yo debía dejar la ofrenda en el altar y arrepentirme (Mateo 5:23)Allí, estando de rodillas, desfilaban delante de mis ojos las personas que me habían lastimado y que Dios me llamaba a perdonar.

En un momento le dije al Señor:
– Yo no le hice nada a esta gente, ¡ellos me hicieron! ¡Yo fui quien recibió las agresiones! ¡La víctima soy yo! Pero el Señor me respondió:
– La única victima en esto fui yo. No te sientas más como una victima. ¡Basta, porque eso ofende mi corazón!

¿Cuántas veces nos sentimos así en el ministerio, en nuestro hogar? ¿Cuántas veces vemos la indiferencia de la gente, su agresividad, su falta de amor y comprensión, y nos sentimos como las víctimas de esa situación? Dios me enseñó que ese no debe ser mi sentir. Que Él fue quien pagó el precio en la cruz siendo puro y perfecto. Y tuve que arrepentirme.

Finalmente me rendí y oré:
– Señor, todo lo que hice en mi vida hasta hoy no me sirvió de nada, quiero levantarme de este lugar como una nueva persona. Quiero ser la madre que mis hijos necesitan tener. Quiero ser la esposa que tu siervo necesita a su lado. Quiero ser la mujer que tú quieres que yo sea. No quiero apoyarme más en mi justicia.

Me di cuenta que consideraba mis obras como las más hermosas, pero Dios tenía obras superiores para mí. Él me dijo:
– Betty, voy a quitarte tus vestiduras viles y voy a vestirte con mis vestiduras y con mi justicia, con la justicia de Cristo.Un día nuevo se acercaba para mí, pero antes era necesario que mi vida fuera cambiada, que tuviera una limpieza a fondo en mi corazón. Algo nuevo venía, pero mi situación era de estorbo.

En aquel encuentro con Dios recibí la sanidad interior que necesitaba mientras el Espíritu Santo me mostraba diferentes Escrituras. Me hacía repetir oraciones de renuncia al egoísmo, a la amargura, a la autocompasión y a todos los pecados y situaciones que Él me iba señalando. Los resultados de este encuentro fueron asombrosos. A los quince días Dios comenzó a cortar cadenas de maldiciones de años. ¡La miseria se fue! El Señor empezó a renovar la iglesia. Había otro ambiente en nuestros servicios.Hasta en lo material, todo lo que no habíamos tenido en años comenzaba a llegar. ¡Llovía la gracia del cielo!

Dios me dio un nuevo corazón y una nueva visión. Quitó de mis ojos esos anteojos negros que me llevaban a ver mi realidad siempre negativa, a encontrarle el defecto a todas las cosas. Él aplicó su colirio en mis ojos, y a partir de allí comencé a mirar con los ojos del Señor.El perdón, la reconciliación, es el único camino hacia las bendiciones de Dios. No podremos entrar a esa dimensión de poder, de milagros, de manifestaciones del Espíritu, si no somos canales limpios.

Tomado del libro: Sorprendida por Dios de Editorial Casa Creación - Betty Freidzon

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