Por: Jack Fleming
¡Oh! Mujer cristiana cuan hermosas recompensas te esperan en la gloria. Eres un lirio del alba donde el rocío de la gracia divina brilla como cristalinas diademas y eres la tenue brisa que refresca el mustio camino de este mundo.
Dice Dios: (Pr. 18:22) "El que halla esposa halla el bien, y alcanza la benevolencia de Jehová". Desde el principio de la creación el Señor estableció esta verdad: "Gn. 2:18) "No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él".
Pero eres mucho más que una compañera idónea, (Pr.14:1) eres la que con tus manos edificas la casa, mientras que la necia con las suyas la derriba. El perfume embriagante de tu presencia, llena de gracia y frescura el hogar.
Ese lugar que puede estar adornado con los más exquisitos adornos que el dinero permite comprar, si no estás tú, pasa a ser un frío y lúgubre mausoleo donde todo palidece. Y ese modesto hogar donde el Soberano Dios te puso a ti, aún lo más simple brilla con inusitada gracia y esplendor.
Dichoso el hombre que después de una agotadora jornada pueda llegar a su hogar, y encontrar a su esposa afanada en agradar a su amado y transformar ese lugar en un manantial, donde ella se mueve como entre alelíes y las abejas revolotean con un beso de miel. Eres el sol, la luz y el viento que vuelan por ese lírico paisaje de amor.
Pero eres mucho más, eres la sabia administradora que puede multiplicar con gracia y sabiduría el escaso presupuesto que dispones, en delicados manjares que llenan de satisfacción a aquellos que con amor deseas agradar.
Eres la madre, y en esta condición tan especial, me hundo en un mar profundo sin poder tocar fondo para encontrar palabras y describir la grandeza de tu amor, lleno de un perfume enervante de tu núbil candor.
Con cuanta dedicación y desvelos cuidas a los retoños que Dios te da. Creo que no existe otra labor más fatigante y abrumadora, que esa que el Creador te encomendó, de guiar a los tuyos como un faro en medio del tortuoso mar.
No deja de maravillarme el hecho que cuando rendida y extenuada caes en un sueño profundo, que ni el rugir de los poderosos motores de un avión te pueden sacar, pero basta un simple quejido de tu niño para levantarte de un brinco y correr a su lado para derramar en libación tu amor.
Te admiro mujer, por tu fortaleza y dedicación. Cuanta paciencia y consagración te ha otorgado el Creador, que sabes sostener la arquitectura del silencio y del olvido en los agrestes caminos de la ruta estival.
El mundo es un mercado donde los hombres compran honores, voluntades y conciencias. Pero tú, mujer cristiana, eres como un manantial de aguas cristalinas y espumeantes sobre los pedregales, que se van suavizando en sus aristas con tu gracia tan especial.
Pero sabe que este mundo un día estará en mies en un granero celestial. Y allí, cuando los ángeles recojan los frutos de la cruz y el Señor nos traslade a Su gloria divinal.
Entonces muchos grandes predicadores se apresurarán a buscar las mejores coronas que el Rey de reyes repartirá. Pero seguramente escucharán avergonzados por su falta de humildad: "No, ésta la más especial, es para la mujer que supo ser esposa, madre y arquitecta de su propio hogar.
Sí, mujer cristiana, tú que has llevado tu cruz en silencio y sin publicidad, te está aguardada una corona muy especial.
Ya viene el día, porque el Señor así lo prometió, que todas las cosas habrán de salir a la luz. Y tu abnegación, consagración y santidad, no serán olvidadas por el Creador.
Tú que has sido bendecido con la compañía de una esposa, regocíjate con ella en tu vejez, (Pr. 5:19) "como cierva amada y graciosa gacela.Sus caricias te satisfagan en todo tiempo, y en su amor recréate siempre". Porque esto es lo que agrada al Señor en verdad y eternamente.
Ministerio Un vaso más fragil