¿Quieres oír una historia fascinante? ¿Qué opinas acerca de sentarte
en una cómoda butaca de cine y deleitarte con el largometraje que se
perdieron de filmar los mejores guionistas de Hollywood? Siéntate y
observa.
El hombre espera en la quietud de la celda.
Una molesta gotera golpea sobre la áspera piedra. El calor es agobiante y
denso, pero a esta altura de las circunstancias, la temperatura es lo
que menos importa. Las moscas lo invaden todo sin piedad, pero no tiene
sentido espantarlas; al fin y al cabo, pueden llegar a ser la única
compañía digna de apreciar. Los demás presos observan al hombre con
recelo. Acechan. Para ser honesto, los últimos meses fueron pésimos para
el callado prisionero. Sus hermanos lo odian con toda el alma y le
tendieron una trampa; una clásica rencilla familiar que terminó en
tragedia, en viejos rencores arraigados.
El hombre es apenas la
sombra de aquel muchacho que solía lucir un impecable traje de marca
italiana, con un delicado toque de perfume francés. Ahora viste harapos,
una suerte de taparrabo. Se comenta en la celda, que está marcado por
la desgracia. Pudo haber sido libre, llegó a trabajar como mayordomo
para un importante magnate. Pero los comentarios afirman que quiso
propasarse con la bellísima mujer del millonario. En su momento, negó la
acusación, pero «no pretenderá que creamos que fue ella quien lo acosó
sexualmente», opinan.
«Si fuese como él dice, debió haberse
acostado con ella», afirma un viejo recluso apodado «el griego», «una
noche de lujuria le habrían otorgado su pasaporte a la libertad».
El
misterioso hombre sigue recostado sobre una
de las paredes sucias de la
prisión. Parece que supiera algo que los demás ignoran. Como si tuviese
un hábil abogado que apelará su condena, o como si presintiese que la
muerte está cerca y le aliviará tanto dolor injusto. Sonríe en silencio,
sin alboroto. Técnicamente está muerto, sin esperanza.
Pero ya no
siente el calor ni le molestan los grilletes. Es como si pudiese ver
tras los enmohecidos muros de la celda. Los demás presumen que está al
borde de la locura. Pero el hombre espera como aquel que sabe que aún
puede cambiar su estrella. Toma la celda como parte del plan, como el
último escalón hacia el destino.
Las chirriantes puertas de acero
se abren de golpe y dos guardias entran en escena. Buscan al hombre.
Unos de los guardias tiene una voz gutural: «Faraón quiere verte, ha
tenido un sueño y dicen que tú sabes revelarlos».
El prisionero no se sorprende. Sube los peldaños que lo alejarán para siempre de la celda, en silencio.
Reclusos,
observen la espalda de este hombre, contémplenlo mientras se aleja. Si
tienen la fortuna de estar vivos, la próxima vez que lo vean, lo
encontrarán con vestimenta de rey, lucirá como Faraón. El magnate
maldecirá haberlo despedido. La mujer confesará que lo acusó por
despecho, injustamente. Y su familia se arrojará ante él, para
implorarle misericordia. Los presos lo convertirán en leyenda.
«Yo lo conocí cuando era un don nadie, y se sabía que iba a llegar lejos, siempre lo supe», alardeará y mentirá «el griego».
José
gobernará la nación, ocupará el sillón presidencial y administrará los
graneros de Egipto. Aprenderá a ganar, experimentará el sabor de la
victoria.
Recuerda: puedes ser un héroe.
Por Dante Gebel.
De Prisionero A Leyenda
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Jóvenes