Para
una mujer sentirse contenta, feliz y en paz, necesita sentirse
valorada y querida por aquellos que la rodean. Cuando la mujer no
recibe esa retroalimentación de parte de su entorno, su valor propio se
ve afectado, lo cual le puede causar mucho daño.
Para
tratar de salir de esos estados mentales y emocionales de sentirse con
poco valor, la mujer necesita distinguir de forma objetiva, con un
alto toque de realidad, aquello que Dios depositó en su vida en el
momento de su manifestación. Cuando escuchamos hablar de un “diseño
exclusivo”, quizás pensamos en un vestido especialmente creado para
alguien, con detalles únicos, no repetidos.
El
diseñador sólo creó uno, para una sola persona, con un estilo que
nadie tiene. Como luce ese vestido, no luce ningún otro. Obviamente el
valor de algo exclusivo es más elevado. Por ejemplo, vivir en un lugar
“exclusivo” añade valor a esas propiedades. Un auto con diseños
“exclusivos” siempre es más costoso. En un sentido mucho más espiritual
y significativo, eso somos las mujeres en manos de nuestro Creador: su
diseño exclusivo. Ningún ser humano es igual a otro. Todos hemos sido
creados diferentes. También, todos hemos sido creados a la imagen y
semejanza de Dios. Nuestra exclusividad se basa en el hecho de que cada
uno de nosotros se encarga de enseñar algo diferente del Dios que nos
hizo a su imagen y semejanza.
Todos
tenemos características divinas, pero exclusivas en cada uno de
nosotros. La manifestación de la mujer completó la creación y entonces
se hizo posible el mandato divino de multiplicación y fructificación.
Sólo su manifestación plena culmina la obra de Dios. Su manifestación va
amarrada de la conciencia de aquellas cualidades que son únicas en las
mujeres.
Miles
de libros hablan de las diferencias entre los hombres y las mujeres.
Todas esas aseveraciones son muy buenas, pero desafortunadamente mucha
gente le presta atención solamente a quién es mejor que quién, cuando
en realidad, cualquier diferencia que tenga el hombre de la mujer es
sencillamente normal y no necesariamente significa que hay uno de ellos
que esté por encima del otro.
Si
Dios hubiese querido dos seres iguales, ciertamente tiene la capacidad
de haberlo hecho así. Pero Dios decidió hacer diferentes al hombre y a
la mujer. Ninguno es mejor que el otro. Simplemente son diferentes y
no debe ser novedad para nadie; ha sido de esa manera desde el
principio. El hombre tiene unas cualidades que la mujer no posee y no
entiende, de la misma forma que la mujer posee cualidades que el hombre
no posee ni entiende. Esto no debe ser motivo de separación, como
sucede en tantas ocasiones. Debería en realidad ser motivo de unidad.
Dios lo hizo así para que cada uno fuera complemento del otro.
Enviado por Nilda Ortíz