Así
como Marta, la de la Biblia, tengo miles de cosas para hacer todos los
días: el trabajo de la oficina, escribir artículos para revistas,
lavar la ropa, cocinar, limpiar la casa, etc. Tan sólo esta semana, por
ejemplo, tuve que entregar un proyecto, visitar a una cuñada
hospitalizada, y cuidar a una sobrina; a eso agréguele usted las
comidas que debí preparar, la limpieza de la casa, el grupo de oración
que dirijo, y los preparativos de un viaje ministerial al otro lado del
océano. En estas condiciones, ¡es un verdadero desafío apartar un
tiempo para orar!
Solía pensar que si no oraba en ciertos momentos del día, entonces mis oraciones realmente no valían la pena. Sin embargo, mi vida de oración sufrió una transformación radical cuando descubrí que el mandato del apóstol Pablo de «orad sin cesar»
(1Ts 5.17) significa más que solamente pasar un largo período de
tiempo orando; implica compartir un diálogo continuo con Dios en cualquier lugar donde yo esté.
No
obstante, la verdad de que Dios escucha mis oraciones en cualquier
lugar donde esté no impactó mi vida sino hasta que mi hijo, Cristian,
se fue a estudiar a una universidad que quedaba a veinte horas de casa.
¡Cuánto extrañaba escuchar su voz! Ocupado por las clases de medicina,
los partidos de baloncesto y los estudios, Cris no llamaba muy a
menudo. Pero una vez cada cierto tiempo, el teléfono sonaba y era él.
Yo dejaba cualquier tarea que estaba haciendo en ese momento —el
proyecto en el que trabajaba, los preparativos para la cena— sólo para
escuchar la voz de mi hijo.
Un día me di cuenta de que para Dios es igual porque ¡yo soy su
hija! (Jn 1.12) Ya sea que esté caminando, conduciendo por la ciudad, u
orando desde mi escritorio, él se deleita en escucharme no sólo una
vez al día, sino durante todo el día. La Biblia dice que él «se inclinó a mí» y que «sus oídos [están] atentos» a mis oraciones (Sal 40.1; 34.15).
Me
emocioné aún más sobre los efectos de orar sin cesar cuando observé
que la Biblia está llena de evidencias sobre cómo Dios usó oraciones
breves para realizar grandes hazañas, tales como resucitar muertos o
partir el Mar Rojo en dos. Esto me hizo ver que pensamientos como «no puedo orar lo suficiente» o «si no puedo orar por una hora, entonces ¿para qué hacerlo?»no
tienen fundamento bíblico. Es maravilloso tener largas sesiones de
oración cuando me es posible, pero recordar que mis oraciones breves
pueden tener un gran impacto me anima a orar durante todo el día.
Ahora
para mí una vida de oración continua empieza incluso antes de levantar
mi cabeza de la almohada. Le digo a Dios: «Señor, éste es el día que
has hecho; ayúdame a enfocarme en ti en medio de todo lo que tengo que
hacer.»
Leo
la Palabra de Dios antes de que las demandas del día empiecen a fluir
porque siempre me ayuda a orar y alabar. Oraciones como: «Señor,
ayúdame a confiar en ti con todo mi corazón y no con mi entendimiento»
(Pr 3.5–6) o «Gracias, Padre, por ser compasivo y clemente, lento para
la ira y grande en misericordia» (Sal 103.8), me ayudan a encontrar al
que me socorre en vez de concentrarme en los obstáculos que podría
enfrentar. La mayoría del tiempo expreso éstas y otras oraciones por mi
familia y amigos durante mi andar matutino.
Mi
amiga Beatriz también empieza su día con un tiempo de oración y
ejercicio. Beatriz —quien está activa en el ministerio de mujeres de su
iglesia, dirige un estudio bíblico en su vecindario, y sirve en varios
comités y juntas— encuentra tiempo para orar fielmente por las
personas y sus preocupaciones durante su caminata diaria de treinta
minutos. Por ejemplo, Beatriz oró para que yo experimentara la energía y
fuerza necesarias para dar unas charlas en un retiro de su iglesia — y
¡así fue! Sé que las oraciones matutinas de Beatriz son reales porque
yo misma he experimentado las respuestas de Dios con respecto a ellas.
Utilizo
los objetos a mi alrededor como ayudas visuales que me recuerdan que
debo orar. Por ejemplo, cuando paso frente a las ventanas de las casas
de mis vecinos durante mis caminatas le digo a Dios: «Padre, permite que tu luz brille en estos hogares, bendícelos y haz que te conozcan.» Mientras me ducho, después de haber salido a caminar, digo: «Señor, por favor crea en mí un corazón limpio y renueva un espíritu recto dentro de mí»
(Sal 51.10). Cuando paso en mi automóvil frente a una escuela, al ver
la señal escolar hago de esa área una «zona de oración» y le pido a
Dios que proteja a los estudiantes y les dé sabiduría a los maestros.
Más
tarde, mientras horneo pan o preparo la comida, oro para que Cristo
sea el pan de vida de la persona que coma estos alimentos. Cuando
guardo los zapatos de un ser amado, le pido a Dios que los pies de mis
seres queridos se mantengan en su sendero. Ver algo hermoso —un ave
volando en el cielo o los frescos botones de un rosal— me mueve a decir
una oración para agradecerle a Dios por su creación.
A
mi amiga Ana también le gusta utilizar recordatorios visuales.
Mientras se abrocha el cinturón de seguridad en su automóvil antes de
ir a alguna escuela para sustituir a un profesor dice: «Señor, quiero permanecer en ti y estar unida a ti.» Cuando se detiene en una luz roja, respira profundo y dice: «Mi
descanso es sólo en ti, Señor. En este momento intento llegar a tal
lugar, gracias porque sé que estás preparando mi camino.»
Al
usar recordatorios visuales, todas nuestras actividades diarias
—arreglar el jardín, limpiar, cocinar, trabajar, o crear— se convierten
en una oportunidad para conversar con Dios.
Para
mi mente es muy fácil comenzar a volar mientras oro. Algo que utilizo
para que esto no suceda es el acrónimo C-R-E-C-E. Cada letra en el
acrónimo significa un área importante de la vida: Cuerpo, Relaciones,
Empleo, Corazón, y Espíritu.
Por ejemplo, cuando oro por mi hijo Cris, quien es médico de la marina, digo: «Señor, bendice el cuerpo de Cris; fortalécelo y protégelo durante los despliegues de su tropa. Bendice las relaciones de Cris; envíale un amigo cristiano mientras está en el barco. Padre, bendice el empleo de Cris; provéele sabiduría mientras se hace cargo de las necesidades médicas y las heridas de los soldados. Señor, bendice el corazón de Cris; ayúdalo a que él confíe en ti en su matrimonio con María. Finalmente, Padre, bendice el espíritu de Cris; ayúdalo para que cada día se acerque más a ti y a tu Palabra.»
Diana,
una ocupada madre de cuatro niños, siempre se sentía culpable porque
no oraba muy a menudo. Necesitaba una herramienta para enfocar su
atención durante los escasos momentos de soledad que tenía. Así que un
día escribió todas las peticiones de oración en las que pudo pensar:
por ella, su familia, sus amigos, su iglesia, su comunidad, su nación y
el mundo. Después las dividió en treinta y un segmentos iguales y los
puso en un cuaderno que guarda en el baño, uno de los pocos lugares
donde puede pasar algunos minutos a solas. Todos los días ora por las
peticiones que corresponden a ese día del mes. Ese cuaderno la ayuda a
enfocarse en una de las muchas necesidades en su entorno cada día, un
minuto a la vez.
Con
todo lo que tengo para hacer no deseo olvidarme de orar por las luchas
de los demás. Así que en lugar de guardar esas oraciones para un
momento especial, oro justo en ese instante. Si una amiga me pide que
ore por una necesidad específica, le ofrezco orar con ella en ese
momento. Si una ambulancia pasa a toda velocidad mientras voy
conduciendo mi vehículo, inmediatamente pido por las personas que van
en ella y por los doctores que se ocuparán de los heridos.
Carmen,
una madre bastante ocupada, maestra de estudios bíblicos y
psicoterapeuta cristiana, también acostumbra orar un instante por las
personas que ve cada día. Al final de cada sesión de consejería, Carmen
se toma unos momentos para orar con su paciente. Después, hace una
pausa para pedirle a Dios que le dé sabiduría y discernimiento para
ayudar al siguiente paciente antes de que él o ella llegue (Sal
119.66). Además, también ora por las personas que ve entrando en los
consultorios médicos cercanos.
«Incluso
en medio de mis días más ajetreados, Dios me da "mini-momentos" para
elevar una oración por aquellos que están a mi alrededor» —dice Carmen.
«Todas las personas con las que tenemos contacto diariamente batallan
con algo. Puede ser su empleo, su matrimonio, una enfermedad, o estrés.
Todo el mundo necesita nuestras oraciones.»
Todavía sigo siendo una Marta por naturaleza, pero me he dado cuenta de que orar sin cesar no es otro deber más ni una carga celestial difícil que hay que llevar. La
oración es la manera en que conozco a Dios; la forma en que puedo
escucharlo. Cada vez que derramo mis cargas, preocupaciones y problemas,
experimento su paz, su esperanza, y veo su fidelidad más claramente.
Asimismo, siento su consuelo en las pruebas y observo su amor inagotable
cuando él suple las necesidades por las cuales he orado.
E.
M. Bounds, un pastor del siglo XIX, dijo: «Tus oraciones harán que tu
vida sea más larga». Incluso después de que me mude al cielo, las
breves oraciones que dije mientras arrullaba a un bebé con fiebre,
trabajaba en mi computadora, o vivía mi día, seguirán siendo una
bendición para aquellos por los que he orado.
Enviado por Sonia Judith Rivera